Importancia de la alfabetización sanitaria

Al igual que aprender a leer y escribir es de suma importancia para toda una sociedad, tener las herramientas adecuadas para tomar decisiones correctas relacionadas con la salud también es crucial, tanto para el ciudadano como para su entorno. Se necesita más que acceso a la información; es necesario entenderla y saber aplicarla.

 
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Alfabetización en salud se define como el conjunto de habilidades que tiene una persona para obtener, entender y poner en práctica la información médica y hacer uso de servicios sanitarios con el fin de mantener la buena salud.  Estas habilidades incluyen leer y escribir, calcular, comunicarse con profesionales sanitarios y usar la tecnología -en el caso de un dispositivo médico, por ejemplo-.

El estadounidense promedio tiene habilidades de lectura correspondientes a estudiantes de 8vo grado; sin embargo, la información sanitaria se distribuye como si fuera dirigida a universitarios.  Muchos pacientes no entienden instrucciones básicas como ‘tomar en ayunas’. Otros no entienden cuándo deben presentarse para su próxima cita ni la importancia que tiene el seguimiento. No comprenden los prospectos o etiquetas de sus medicamentos; no les queda claro cómo combinarlos y cómo no deben hacerlo. Los riesgos, los efectos secundarios, las dosis, los horarios y hasta el propósito de cada medicamento es un misterio, y muchos terminan siguiendo consejos de su propio círculo de amigos o familiares, que según ellos, saben de esto, aun siendo completamente contrarios a las indicaciones del médico.

Otros pacientes no entienden su diagnóstico, ni la gravedad de su situación; y hay quienes solo obedecen las órdenes del médico y hacen ‘lo que pueden’ por acatar las instrucciones, esto mismo crea una sensación de pánico por el temor que tienen de hacer las cosas mal. Y a su vez, el médico, erróneamente, da por hecho que el paciente ha escuchado y comprendido todo perfectamente, y que en casa hará todo tal como se lo explicó. Al pie de la letra, y, por lo tanto, esperará ver resultados positivos que nunca llegarán.

Y qué decir de los miles de casos de pacientes a quienes se les pide -tan solo minutos antes de iniciar un tratamiento delicado o una intervención quirúrgica- que lean y firmen documentos extensos, repletos de terminología médica, donde autorizan a los profesionales sanitarios a proceder, y al mismo tiempo los exoneran de cualquier consecuencia, poniendo sobre los pacientes total responsabilidad de tales decisiones que afectarán su vida de manera permanente. A muchos no les queda más que firmar, en otras palabras, aceptan ciegamente todo lo que allí detallan, muchas veces por timidez o vergüenza, porque no se atreven a admitir que no saben leer, que tienen dificultad, que no pueden leer tan rápido o que no entienden lo que están leyendo. ¿Cómo puede esto representar un consentimiento informado?

Para un estudio realizado en 2012 en la Unidad de Cardiología del Hospital Universitario Central de Asturias entrevistaron a 100 pacientes de manera aleatoria. A los pacientes se les informó todo lo pertinente sobre su enfermedad, se les explicó el motivo de su ingreso, recibieron por escrito los datos del médico a cargo, y se les presentaron los respectivos consentimientos informados.  Más adelante, dos cardiólogos realizaron una encuesta de respuesta cerrada, y algunos datos arrojados fueron los siguientes:

El 11 % ignoraba el motivo de su ingreso; el 19 % no supo decir en qué servicio hospitalario se encontraba ingresado; el 61 % desconocía el nombre de su médico responsable; el 24 % no sabía decir qué tipo de cardiopatía padecía; el 32 % no pudo dar información sobre las pruebas que le habían realizado; el 29 % no sabía qué tipo de tratamiento recibiría; el 23 % no sabía definir la gravedad de su enfermedad -el 29 % consideraba que era inferior a la real-; y el 9 % desconocía si debía implementar cambios en su estilo de vida después de salir del hospital -el 29.7 % consideró que no haría cambios, aunque fuera lo indicado para su enfermedad-.

Estos resultados mostraron que la información brindada a los pacientes no fue lo suficientemente clara en todos los casos. Es importante enfatizar que la alfabetización en salud no depende solamente del paciente y/o ciudadano, sino también de la calidad de la información a la cual tiene acceso.

La baja alfabetización en salud produce problemas serios que nos afectan a todos directa o indirectamente, y para mejorarla debemos empezar con una buena comunicación y que sea lo más clara posible, para evitar confusiones en la medicación, poca adherencia a tratamientos, autocuidados erróneos, estadías hospitalarias más prolongadas y reingresos innecesarios, entre otros.

Los adultos con bajo nivel de alfabetización en salud enfrentan costos sanitarios 4 veces más altos en comparación con aquellos con un nivel competente de alfabetización.

A nivel comunitario, el sistema sanitario también se ve afectado en gran manera, ya que las emergencias en salud pública no son atendidas con la misma eficacia, hay más enfermedades que podrían evitarse, se hace un lamentable uso innecesario de recursos médicos -medicamentos, antibióticos, espacio, uso de instalaciones, recurso humano, etc.- y hay una tasa más alta de mortalidad. Entre todo, solo en los Estados Unidos, la baja alfabetización sanitaria representa un costo de $236 mil millones al año.

Volviendo a la raíz del problema, debe ser realmente frustrante tanto para el paciente como para el médico a cargo no poder saltar esas barreras y sentir que avanzan en círculos sin llegar a ningún lado. Es cuestión de cuánto interés se ponga en esta área; una vez detectados, es mucho más fácil eliminar esos tropiezos que interrumpen una y otra vez la eficacia de los tratamientos.

Si se diera por hecho que toda la información médica debe ser adaptada y distribuida según cada caso, habría una enorme diferencia en el sistema de salud, y muchos problemas se evitarían con soluciones simples y enfocadas en cada paciente.

 

Por Alejandra Contreras, Lingüista de información de la salud

17 de octubre de 2019, Guatemala

 

Fuentes:

 

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